sábado, 25 de noviembre de 2006

Guayaquil y sus contrastes

Tres escenarios dirigen mis emociones: El hogar, la ciudad y la televisión. El primero me guarda en su corazón, me colma de risas en la sobremesa, me reserva un puestito para dormir y me entrega una bolsita de anécdotas a la hora de salir.
El segundo es Guayaquil, ciudad de nuevos encantos físicos pero con falta de identidad.
Creo que a este puerto le han echado una maldición, esa que llaman “la del ahuavado”.
Cada día es más antagónico. Se embellece, como su gente se empobrece. Pobres en todos los sentidos: cero educación, cero cultura, cero entendimiento, cero buen trato.
Pobres de orgullo, pobres de autenticidad, pobres de emoción, poco solidarios.
Recorro esta ciudad embrujada desde el Cerro, caminando por el Malecón 2000.A la izquierda escucho una conversación entre las diversas especies de plantas, ellas rumoran sobre su Alcalde. Lo aman, siempre las mantiene. A mi paso, ellas me observan y se preguntan por qué yo ando tan triste. Soplan con sus ramas y elevan mis pestañas. Me solidarizo con ellas, porque tienen el color en la piel y yo en mi voz.

Un sánduche con tocino me guiña el ojo y decido entrar al Rey de las hamburguesas. Subo para que nadie me vea comer, pero un niño pobre se me acerca. “Oiga, deme un poquito de cola”. Me entristece y se la doy. No puede ser posible que una ciudad que invierte en millones cada día para embellecerla no ha encontrado un lugar para dar de comer a los pobres o al menos, darles un techo dónde dormir. Ahhh! Ya recordé. Sí existen esos albergues, el problema es que ahí los violan y les roban lo poco que tienen. Es hora de seguir la ruta para irme a casa, así que sigo caminando por la 9 de Octubre.
Llego a Rumichaca donde la gente está aglomerada y por suerte alcanzo mi bus. Dos nos trepamos en la misma línea. Seis cuadras después, un pasajero se baja puteando al conductor porque no lo deja en la parada. El chofer lo calla con un “hijoeputa”.
Un contraste siempre me asombra. El bus termina de bajar el paso a desnivel del cementerio, entrando por el área de la Kennedy y luego a Urdesa. Todo cambia. Las calles se disfrazan de adoquines y un arco iluminado abre la puerta a un sector elegante. Las personas cambian de trajes, la moda retro impera en las calles. Los automóviles de lujo circulan por los restaurantes, otros pasan volando. Bajo, camino hacia mi hogar.
Cambio el canal de mi vida e ingreso a la pantalla de Ecuavisa. Ahí está Francisco diciéndole a Valentina que debe irse. Ella llora y le comenta que se va a casar. Él se sorprende y le suplica que no lo haga. Sus miradas se conectan y no dicen nada. Yo estoy atorada de tristeza. Me vuelvo parte del sentimiento y una lágrima se me quiere escapar. Pero él la toma por la cintura y aunque ella se resiste, entonces por arte de magia la sala se convierte en el establo de la hacienda de Valeria y ahí están ellos haciendo el amor desmesuradamente. Papa Noel interrumpe diciéndole a Mamá Noela que se verán el siguiente año. Ella cierra la puerta y decide enloquecer. Porta es el auspiciante de esta desgraciado comercial. Mi sobrina me pregunta el por qué Mama Noela se contenta tanto y yo le respondo. “Porque tendrá el control de la TV para ella sola”, le digo. Aunque no se queda convencida, agrega otro comentario “Ah, sí, y también podrá jugar todo lo que ella quiera sin que él le diga nada”. Yo me sorprendo al escuchar que a sus tan cortos cuatro años de vida, entiende más que cualquiera.